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Un alumno que empezó la primaria en 2013 y la terminó en 2018 perdió en promedio 73 jornadas de clases. Esto representa el 40% de un ciclo lectivo. En 2011 se había acordado extender a 190 días la cantidad de jornadas en las aulas.

Desde el retorno de la democracia en la Argentina, nunca se llegó a los 180 días de clases por año lectivo en el nivel primario, según un informe del Observatorio Argentinos por la Educación, que revisó los últimos 34 años.

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Aunque el piso de 180 días se fijó por la ley 25.864, de 2003, siempre se intentó que ese lapso fuera el que se cumpliera en las aulas del país. La Argentina lleva 16 años sin lograr cumplir ese objetivo. Y cumplirá ocho sin sumar ni un día más a pesar de la iniciativa de 2011, acordada entre la Nación y las provincias, de sumar de manera progresiva 10 jornadas más al calendario escolar por medio de la resolución 165 del Consejo Federal de Educación (CFE).

«No es lo mismo para un niño asistir al colegio y tener horas de clases que no hacerlo. La formación de capital humano, que tiene lugar dentro de los establecimientos educativos, pone de manifiesto el rol fundamental de los maestros para mejorar el futuro de sus alumnos. Pero para ello alumnos y docentes deben reunirse en el aula», señala David Jaume, que es economista, investigador del Banco de México y autor de este informe.

Entre las razones por las que se pierden días de clases, especialmente en el sistema de gestión pública de enseñanza primaria, en primer lugar están los paros de los gremios de maestros y del personal no docente, los calendarios jurisdiccionales que no contemplan las jornadas de planificación o capacitación y los problemas edilicios.

Si se toma como referencia que el promedio fue de 12 días de paro docente por año entre 1983 y 2018, los peores ciclos lectivos de la Argentina se vivieron en 1988 (45 días sin clases), 1990 (25), 1989 (23), 2016 (821), 2002 (19), 2001 y 1996 (18) y 1986 (16). En ese lapso, en cambio, los mejores registros fueron en 1984, con 2 días de huelga, 1996 (3), 2015 (4) y 2000 y 2012 (5).

En el período 1983-2018, las provincias con mayor cantidad de días de paro, en promedio por año, fueron Neuquén (16 días) y Santa Cruz (16). Los distritos con mejor promedio fueron Formosa y La Pampa, ambos con seis días cada uno.

Solo en 2018 hubo en promedio 13 paros docentes en el nivel primario en todo el país. Al tope de la lista quedó Chubut, con 78 días sin clases. Allí, los gremios reclamaban paritarias, en oposición a la suba escalonada del salario que proponía el gobierno provincial.

Las provincias del sur son las que menos días de clases tuvieron. Un alumno que empezó la primaria en 2013 y la terminó en 2018 en Santa Cruz estuvo sin clases el equivalente a un año y medio, en términos de un ciclo lectivo (261 días). Santa Cruz es la única provincia en la que el ciclo lectivo ni siquiera se cumplió en un año calendario, sino que el de 2017 se continuó a principios de 2018.

En Chubut perdió un poco más de un año (208), en Tierra del Fuego (181) y Neuquén (169). Mientras que en el otro extremo se encuentran San Luis (12), San Juan (19) y La Pampa (23).

En ese período, en promedio a nivel nacional se perdieron 73 jornadas. Esto quiere decir que, algunos más, otros menos, pero todos dejaron de ir a clases a lo sumo esa cantidad de días a lo largo de su trayectoria escolar. Esto representa el 40% de un ciclo lectivo.

En Buenos Aires (2013-2018), fueron 105 los días de paro, el equivalente al 58% del ciclo lectivo. San Luis es la que menos días de huelga tuvo (12), seguida por San Juan (19) y La Pampa (23)

«El informe da cuenta de la importancia numérica de las huelgas docentes y a la vez de lo errático de este fenómeno, ya que afecta de modo desigual a las jurisdicciones», explica Guillermina Tiramonti, investigadora del área de educación de Flacso. «La huelga está asociada a dos fenómenos que deben ser estudiados: uno, la dificultad política de gobernar el sistema y generar condiciones estables para el funcionamiento de las instituciones escolares y, dos, el impacto de este fenómeno en la calidad de los marcos de socialización y aprendizaje de los alumnos», agrega.

Manuel Becerra, profesor de secundaria y formación docente, defiende la mecánica de la huelga: «No hacemos paro porque nos neguemos a trabajar o a la innovación. Hacemos paro, como recurso de última instancia, para atraer la atención de la ciudadanía y para defender nuestro trabajo. Aquí hay una paradoja: la huelga y la conflictividad con nuestros empleadores nos distraen de nuestro trabajo, pero si no hacemos huelga nuestro trabajo entra en peligro».

Fuente: La Nación

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